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Vendedores de fruta en el Malecón. La Habana 1947 |
Dulces, escobas, sartenes, frutas, desinfectantes, pan y flores, son
algunas de las ofertas que pregonan los nuevos vendedores ambulantes por
las calles de La Habana, donde ese tipo de comercio se expande como
modo de vida con los cambios económicos que ocurren en el país.
"¡Galleta, galletero!", "!Aguacate, aguacatón, para todo el
familión", gritan por los barrios algunos de los nuevos mercaderes, que
según datos oficiales acaparan más del cinco por ciento de las licencias
de trabajo autónomo entregadas en Cuba desde que el Gobierno impulsó el
sector en 2010.
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Vendedor de esponjas. |
"!Oye caserita, mira cómo vengo: traigo mango, piña y plátano suave y
fresco pa ti!", entona otro vendedor en una barriada donde los vecinos
comentan que esos cantos fueron típicos en los años antes de la
revolución de 1959, cuando el comercio callejero era uno de los sellos
de la bulliciosa ciudad.
Tras la revolución, la venta ambulante fue prohibida por largos
periodos y cargó con el estigma de ser una puerta abierta para el
mercado negro y los vendedores ilegales.
En la década del sesenta desapareció, cuando el Gobierno
revolucionario eliminó los pequeños negocios; en los noventa proliferó
con la nueva autorización del trabajo privado, y en los últimos tres
años, tras las nuevas medidas económicas del presidente Raúl Castro para
"actualizar" el socialismo cubano, ha vuelto a florecer.
Durante años, muchos de los vendedores en las calles eran
discapacitados físicos que tenían autorización para ofertar productos
artesanales en parques y portales.
Las autoridades informaron de redadas porque
personas "inescrupulosas" utilizaban a los autorizados para vender sus
productos ilegales.
Actualmente el listado oficial de actividades permitidas al sector
privado incluye la venta "ambulatoria" de comida, bebidas no alcohólicas, productos agrícolas y artículos para el hogar.
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Venta ambulante de pavos vivos en las calles de La Habana |
Por las calles se dejan ver ahora los típicos comerciantes de
cucuruchos de maní (cacahuete), a los que se han sumado los de churros,
helado, pan, tamales, productos de limpieza, cazuelas, exprimidores de
cítricos, cubos, cafeteras, coladores.
Trabajan empujando pequeños carros de mercancía, sobre bicicletas con
vitrinas de cristal y neveras para la comida, o cargando sus artículos
en bolsos o sobre la espalda.
"Es igual que antes de la revolución, vas pregonando toda la
mercancía, día tras día", dice Lázaro Rodríguez, un jubilado de 70
años que en su adolescencia trabajó como vendedor callejero y ha vuelto
al oficio con licencia de "carretillero".
Rodríguez, quien durante décadas administró bodegas estatales,
explicó que el negocio "da para vivir normalmente, sin lujos" y opinó
que lo más incómodo son los inspectores.
Los "carretilleros" impulsan carretones de frutas, viandas y
vegetales por las barriadas, con paradas a la sombra, y quizás sean los
más conocidos y polémicos de todos los ambulantes.
Según datos oficiales de 2012, la urbe tenía más de 3.200 de esos
vendedores, inicialmente muy criticados por sus precios, por obstruir el
paso en las avenidas y hasta por "afear" la ciudad.
Las autoridades de Trabajo de La Habana informaron entonces sobre
reuniones con ellos para "promover orden y disciplina" en su gestión.
Por otra parte, las autoridades de Salud
Pública anunciaron asimismo medidas con los vendedores en general, y
dijeron que serían "exigentes" con esos que entran a las instalaciones
médicas ofertando desde alimentos hasta celulares.
Pero los comerciantes ambulantes de La Habana también venden servicios, y hasta compran.
Por ejemplo, están los reparadores de todo tipo de artefactos -como
colchones, cocinas y ventiladores- y los que se ofrecen para comprar a
buen precio frascos vacíos de perfumes "de marca", botellas, relojes
rotos, u oro.
"¡Se compra cualquier pedacito de oro!", es el sorpresivo pregón que
apareció un día en la ciudad, y que se ha convertido en frase popular y
motivo de broma entre muchos cubanos.
La legalidad de esa y otras prácticas está en tela de juicio, y a algunos ambulantes se les considera "revendedores ilegales".
El paisaje lo completan algunos vendedores de paso que se ubican en
portales y esquinas con objetos de uso (zapatos, juguetes, libros,
artículos de ferretería), y que en su mayoría son jubilados que buscan
algún ingreso extra.
Anett Rios
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Carrito de helados (1904)
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Puesto de frutas en 1933. Fotografía de Walker Evans. |
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Prado en 1906 |