Federico García Lorca llega a La Habana el 7 de marzo de 1930 invitado a dictar unas conferencias por la “Institución Hispanocubana de Cultura”. Llega a Cuba procedente de New York y con la primera impresión de la isla comenta: “… ¿Pero qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez...”
Cuba lo enamora y prolonga su estancia hasta el 12 de junio del mismo año.
En la Habana, García Lorca conoce a la familia
Loynaz. Carlos Manuel, Dulce María, Enrique y Flor eran los hijos de Enrique
Loynaz del Castillo, un importante general de la Guerra de la Independencia que
había compuesto en 1895 las estrofas del Himno Invasor. Los
cuatro hermanos eran poetas y habitaban en una gran mansión en el señorial
barrio de El Vedado.
Federico, atraído por los versos de Enrique, de quien
conocía algunos poemas publicados en España, se presentó un buen día en la casa
de los Loynaz y pronto se convirtió en un visitante asiduo. El poeta granadino
cayó rendido a la atmósfera casi onírica que se respiraba en esa mansión, “mi
casa encantada” como le gustaba llamarla: allí leía fragmentos de sus obras,
cantaba y tocaba el piano. Y así, poco a poco se fue cimentando una fuerte
amistad, especialmente con Flor y Carlos Manuel,
con quienes disfrutó de interminables veladas en La Habana, recorriendo sus
calles, recitando poemas…
En 1936
Juan Ramón Jiménez visita La Habana. Vio los escenarios que Lorca había visto
seis años antes, trabó contacto con muchos de los que él había conocido. Visitó
a los hermanos Loynaz y escribió... “¡Ah, sí, ahora sé de golpe dónde de salió
todo el delirio último de la escritura de Lorca!”,
Lorca a su llegada a La Habana y en el Havana Yatch Club. |
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