No hay prisa; en el consulado español no cogen el teléfono.
Las cartas para nuestros visados descansan en alguna bandeja de alguna mesa
de alguna oficina a espera del Sr. Cónsul. Internet puede esperar, en Cuba las conexiones son muy lentas,
eso ya lo sabemos, pero los trámites para conseguirlo también y de eso no
sabíamos nada. Todo va por el buen camino pero lleva paso cubano. Vuelva
mañana, nos dicen en el Ballet Folclórico, Illiana ha salido. Corremos en una
cinta de gimnasio, no llegamos al final y sudamos lo mismo. La mañana ha sido
estéril.
Los padres de Ernesto, el pintor
vecino, han llegado de visita. Su padre cumple setenta años y lo celebramos con
ron. Vamos a casa de Juan Carlos, está encerrado en su propia prisión. Le gusta
hacer fotos y yo le invité a perderse por el malecón a fotografiar el atardecer.
Pensaba dejarle mi cámara un rato, él sacia su afición con una pequeña cámara
compacta. No va a salir y me deja fotografiarle a través de la ventana
enrejada. En Abril le intervendrán en Berlín de su pierna, camina con mucha
dificultad. Me comenta que pasó por primera vez por el quirófano a la edad de
once meses. Pasa las horas en casa y hace unos días le robaron su pantalla de
plasma.
Por la noche gran pizza, hecha en casa con tomates,
pimientos y jamón. Dos cubalibres de Don Diego y cigarrillo en la azotea.
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