Aún así, el sol del mediodía cubano nos obliga a bajarnos
con todos los bártulos a la terracita del primer piso. Las telas reaccionan al nuevo
clima, se encogen misteriosamente de un día para otro y una vez en el bastidor,
se destensan y se afofan. Su extraño comportamiento estresa al pintor.
Por la noche, una sonora tormenta, nos levanta de las camas.
Nuestro casero, Yandris, ya ha puesto a cubierto los lienzos…
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