sábado, 17 de mayo de 2014

Las últimas cenas

Habaneando. Raquel, Jimmy y los skaters (Alfredo Iglesias)
Habaneando. Día de piscina
Sábado, 10 de mayo Raquel había insistido en invitarnos y casi se suspende, pero estábamos cenando en Bikos como preámbulo de una indeseada despedida. En nuestra misma calle, todos los días pasamos por delante de él, Bikos (bicos en gallego es besos) es un restaurante que dirige una asturiana a la que conocemos mientras apura un habano en la terraza del restaurante. Llegó para trabajar en una nueva planta de Central Lechera Asturiana que apenas duró unos meses y tras once años entre Cuba y España, acaba de montar su propio negocio. Solomillo, pulpo, unos huevos rotos, croquetitas de bacalao, salmorejo y ensaladilla rusa van pasando por la mesa. Mientras tanto, hablamos del universo y sus “causalidades”. El colapso del inodoro provocó que conociéramos a Asdrúbal. Raquel quiso pintarle y vio su taller. Habló con Luís y éste recupero la ilusión por llevar a cabo el primer proyecto, la razón de venir hasta aquí y que ya estaba olvidado. Todas las piezas habían encajando y se habían sumado la voluntad, los personajes y el lugar adecuado. La cita fue el jueves a las cinco en el taller de Asdrúbal. Una hermosa luz va llenando las sombras de la estancia orientada al atardecer. Una mesa con un mantel blanco y una silla como decorado y mucho ron para los intérpretes y comensales. Luís llega con Croma, Jimmy y un Mesías del Reggae que acaba de conocer tomando un café. Un vecino que pasaba por ahí, unos amigos de Asdrúbal y toda la panda de los skaters se van sumando al grupo. Raquel dirigiendo el cotarro, Luís dando gritos, (algunos de alegría) y yo con la cámara. Uno a uno se van sentando, un gesto y unos clics en silencio para pasar a un júbilo contagioso, risas, aplausos y tragos de ron. Trece personajes y al final, hasta las mismas tablas de skate y Rocky, el perrillo de Jimmy que sabe volver solo a casa cuando no puede entrar a los bares, entran en la foto. Es la primera de nuestras últimas cenas, la base de un cuadro de gran formato que el destino, el universo o todas las “causalidades” juntas han querido dibujar. Al acabar, todos al café literario sin libros de 23 con G y mojitos a discreción. Nos despedimos citándonos el viernes a las seis de la tarde y uno de los skaters que me asegura que podré conectarme gratis a Internet desde ahí mismo. Llega el viernes y desde primeras horas de la mañana yo me dedico al trabajo de edición de las fotos del día anterior. Hay que montar un rompecabezas fotográfico con trece personajes. Por la tarde, Raquel y Luís se van a conocer al pintor Ever Fonseca, que les ha invitado a su estudio. Yo continúo montando la fotografía y acabo por reconocer que a estas alturas de mi estancia en Cuba, ya me da igual conectarme a Internet o no. Hace semanas que desistí y ahora, a veinte días de mi regreso, no tiene ya mucho sentido. Me quedo en casa trabajando. Hemos acabado de cenar y la camarera nos sirve el café. Una guapísima cantante, que en un principio confundo por brasileña, susurra suaves canciones acompañada por las notas de su guitarra. No puedo dejar de mirarla mientras seguimos recordando el cúmulo de circunstancias que nos han llevado a estar aquí sentados, en nuestra segunda última cena. Por la mañana nos había llamado Tony que nos invitaba a su fiesta de cumpleaños. Nosotros teníamos alquilada una piscina en Boyeros hasta las seis de la tarde y puesto que las dos cosas eran compatibles, invitamos a Tony y Mairés a acompañarnos. Pasamos a buscarles a casa, un timbre en la puerta que hacemos sonar y una puerta que se abre. El portero automático de la casa no es más que un ingenio de cables y cuerda que se mueve entre argollas y sube por el hueco de la escalera. Muy cubano. Tony, Mairés y Dado, el enorme cachorro cazaleones sudafricano, viven al lado del Hotel Presidentes y muy cerquita de lo que en otros tiempos fue un lujoso café donde la policía detuvo a Charly “Lucky” Luciano. El californiano nos explica las ventajas de vivir tan cerca de un hotel y tener algún “amigo” dentro. Desayuno de campeones a base de cerveza y a buscar al taxista que sea incapaz de ver a la enorme mascota de Mairés. Conseguimos un willys de los años cuarenta que accede a llevarnos a Boyeros y pasar a recogernos a las cinco y media. En la parada de autobús del hospital psiquiátrico nos esperan Sergey, Fran y Yuniel, a los que han dado plantón sus respectivas compañeras para este día. En una carretilla cargan una enorme caja acústica, un amplificador y el ordenador, además de la guitarra de Fran. Bajo el sol recorremos las embarradas calles, más bien caminos, entre carnicerías, fruterías y barberías y sorteando los charcos y a gentes con paraguas, motocicletas, motocicletas con sidecar, ciclistas con la parienta sentada en el cuadro de la bici, carros tirados por personas o por animales y algún que otro coche. Lo demás, es bien sabido. Chapuzones, saltos acrobáticos, música rompetímpanos, el perro que se cae al agua, uno que te empuja, dame cremita y ponte la camiseta que te vas a quemar. Dos botellas de güisqui, que prácticamente nos tomamos Tony y yo, la estupenda comida que nos trae la madre de Sergey y de vuelta para el Vedado. Nos tiramos a las camas, tenemos tiempo para una siestecita. Al despertarnos, suena el teléfono. Tony está llamando a todas sus amistades para cancelar la fiesta. Está “desnucado” por la tremenda borrachera. Vuelta al plan original, irnos a cenar a Bikos y después insisto en ir a La Fábrica. Se que a Raquel le va a encantar y no quiero que se vaya sin verla. Nos movemos con dificultad entre la enorme cantidad de espectadores de un grupo de danza que actúa en el piso superior. El calor es asfixiante y nos movemos hacia la terraza donde tropiezo con el mismísimo X Alfonso. Me presento y le felicito por la iniciativa de La Fábrica. Raquel que estaba ausente en ese momento nos pregunta por la financiación y si es público o privado este enorme complejo ocio-cultural. Le señalo a X Alfonso y ella se levanta y va hacia él, que amablemente le atiende y le indica la manera de conectar con la sala y mandar su propuesta expositiva o cultural. Bajamos al piso inferior y buscamos un hueco donde sentarnos. Al rato se nos presenta una señorita. Está buscando a una chica no muy alta, con un vestido rojo y unos tremendos ojos azules. Sin duda alguna, se trata de Raquel. Rosemary es una “curadora” o comisario de las exposiciones de La Fábrica y nos la manda X Alfonso. Nos da su tarjeta con el compromiso de visitarnos esta semana.

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