viernes, 6 de junio de 2014

El que corre por el filo


Habaneando. Atardecer con parejas en El Malecón (Alfredo Iglesias)
Sábado, 17 de mayo Recorremos calles de Centro Habana que no habíamos pisado. Hay una cortada por el reciente desprendimiento de una fachada y nos hacemos las mismas preguntas que se haría cualquier visitante que empieza a conocer La Habana. Pasamos por una plaza con un grupo venezolano haciendo rumba. Varios fotógrafos se dedican a retratar a los personajes más pintorescos, a mí no me parece suficiente como para sacar la cámara, aunque se que haría lo mismo si fuese mi primer día de una estancia de una semana a contrarreloj. Desde un balcón, el típico balcón habanero, se escucha música de percusiones. Pedimos permiso desde la calle y nos invitan a subir. Una treintena de personas están celebrando una ceremonia santera. Un altar con velas y agua al pie de un crucifijo. Debemos mojar nuestros dedos y con el agua salpicar el altar. Santo y padrino se arrastran por el suelo y protagonizan un ritual de movimientos propios de un contorsionista enajenado. Se que puede parecer irrespetuoso, pero es la única forma que se me ocurre de describirlo sin entrar en más detalles. La dueña de la casa empieza a demostrar un excesivo interés en nosotros y nuestras creencias, así que aprovechando unas repentinas ganas de evacuar, tomamos las de “Villadiego”. Otra calle, otro portal con un rótulo. Un café restaurante. Entramos despacio, casi con reverencia a una estancia inundada de nostalgias. No queda un hueco libre en mesas, aparadores y paredes. Recuerdos de una vida que podrían ser mil. Fotos, marcos pequeños y grandes, de plata o de madera, santos y vírgenes. También hay sombreros mejicanos, muñecos sentados en mecedoras y una pared cubierta de platos y tazas de café. Dos mujeres ven la televisión en el recargado y barroco salón sin prestar ninguna atención a los dos extranjeros que acabamos de profanar su hogar. Una estrecha escalera de metal en un patio da acceso a la azotea, terraza con mesas de forja, incontables y antiguas máquinas de escribir y de coser se oxidan a la intemperie, colgadas de las paredes o apoyadas en repisas. Pinturas en las paredes, plantas, mosaicos y cristales de colores. Un protagonista en casi todas las fotos, en algunas acompañado de otras personas, pero hay una que se repite constantemente, Alicia Alonso. Aparece, por fin, el dueño de la casa, el de las fotos. Disculpándome por mi atrevimiento y mi ignorancia me intereso por él. Se trata de Tommy, bailarín y profesor del Ballet Nacional de Cuba. Cargado de pulseras, pendientes y tremendos anillos con forma de sombreros se deja fotografiar. De vuelta al Malecón a ver el atardecer y un chico que pasea con sus amigos que me solicita ser fotografiado. Posa “divinamente”. No se imagina las ganas que tenía de fotografiarle y él ha sido el que ha venido a mí. Claro que al final me pide un dólar, le doy cinco pesos encantado y pensando lo barata que me ha salido una foto que buscaba hace tiempo. En La Punta dos parejas se abrazan acosadas por la presencia de los fotógrafos que antes habíamos visto en el concierto de rumba. Recuerdo las palabras del monólogo del replicante: “He visto cosas que vosotros no podríais ni imaginar”.
Habaneando. Personajes de  Centrohabana (Alfredo Iglesias)

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